Hace unos meses, recibí el encargo de realizar la portada de un libro sobre muertos vivientes. En principio, la tarea no parecía muy complicada salvo por las indicaciones que me dio la editorial acerca del contenido del libro. Recientemente, el tema zombi está de moda y no es difícil encontrar ejemplos de cómo tiene que ser un zombi: vísceras, ropa destrozada, sangre... Sin embargo, la editorial me comentó que el libro que se iba a publicar no tenía nada que ver con esto. El eje central de todas las historias que se recogían entre sus páginas era la de la figura de un zombi que empezó a asomar en la literatura hace siglos. Vamos, nada que se pareciera a la imagen del zombi moderno que últimamente podemos ver en el cine o en la televisión.
Por un lado, la tarea se presentaba difícil. Sin embargo, era un buen momento para experimentar, para dejar volar la imaginación y para ponerse a prueba ante esos retos que de vez en cuando se presentan de forma súbita y que te pillan completamente desarmado. Tuve varias ideas pero hubo una que, si bien no fue la que al final eligió el cliente, sí que fue la más divertida de hacer.
Entre las ideas que barajaba, me vino a la cabeza la Edad Media. Oscuridad, muerte, superstición, brujería, miedo... No pintaba mal. Había que probar, así que pasé unos días buscando aquí y allá. Lógicamente, había muchas representaciones de la muerte pero ninguna de un zombi. Si quería una miniatura medieval sobre muertos vivientes, tendría que hacerla yo misma.
Luego, una larga sesión de ordenador para darle los últimos retoques y éste fue el resultado final. Ya digo que no fue la que finalmente eligió el cliente, pero fue muy divertido.